miércoles, 5 de febrero de 2014

By Sara Bueno

Cuando duele más un hola que un adiós


No sé querer sólo un poco.
Ni despacio,
ni a medias.

Sólo sé ser ese animal
que siente, lucha y defiende;
que huye
pero nunca a tiempo,
a lamerse las heridas.

El amor es esa leyenda que,
de boca en boca,
se distorsiona.
Es ese ente que sangra
pero que nadie puede matar.
Tú y yo ya hemos sangrado
más de tres vidas,
y no sé cuántas nos quedarán
por resucitar.

Empecé a saber del tiempo
justo en el momento
en el que te eché de menos.
No sé si fue un segundo,
un minuto o un año:
sólo era tiempo.
Y no importó si fue entre los dedos
desde donde lo dejamos correr.
El reloj de mi memoria
se-para,
tu recuerdo es atemporal.

Quiero que entiendas lo imposible
de ser ascua
cuando hemos sido la llama que más ardía
de todo el incendio.
Tú te pusiste las alas
y yo aclamé al olvido,
a mi animal que volvió a huir tarde.

Vivíamos esperando una bomba
que nos acabara estallando en la cara
sin atender al tic tac
que se nos escuchaba dentro.

Y llegó el estallido.

Cuando duele más un hola
que un adiós,
es que el amor está mal hecho;
pero está.
Y si no me salió la voz
no fue por miedo a que te fueras,
sino por miedo a que no regresaras.

A día de hoy pienso cobrarme cada derrota
mirándote a los ojos;
porque a pesar de que tu boca sepa a victoria
te prefiero siendo deuda sin saldar
en forma de ojos marrón tierra donde echar raíces.*

Sólo te pido
que si caigo me dejes en el suelo y
te tumbes conmigo un par de minutos.
La mayoría de las veces es cuestión de perspectiva.

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